Extraño lo libre y felices que éramos sin saberlo

 

Las noticias se suceden a diario, el tema recuente: la Covid 19. Los números no son para nada alentadores, estamos en un momento álgido, palabras como rebrote, muerte, virus, pandemia se han instalado en nuestra cotidianidad por un año.

A veces uno intenta encontrar un resquicio donde refugiarse, un lugar para hallar cobijo en una realidad sin precedente; sacada de un libro de ciencia ficción.

Yo solo puedo pensar en una vacuna, no la solución mágica; pero si la esperanza de un freno en las muertes y las cifras de contagiados. Haciendo un resumen, tras una vuelta al sol de la llegada de los primeros casos a nuestra isla, solo puedo repasar todas las cosas que extraño de cuando no había una pandemia.

Añoro el mar, el agua salada, la libertad de ir a una playa, mi lugar favorito. Esa sensación gratificante de la arena, el sol y la relajación. Yo sentada frente al océano, el recuerdo regresa una y otra vez. Esa parte de nuestra cultura, tan arraigada de conversar con un extraño en el transporte público.

La covid nos llevó la posibilidad de respirar, o por lo menos de hacerlo sin el nasobuco en lugares públicos. Esa barrera tan común ahora y ya parte de nuestro día a día.

Pienso también en quien abrazaré cuando todo acabe, porque añoro los abrazos, los paseos, la cultura, los conciertos, los museos; a los niños correteando frente a mi casa, la sonrisa de los desconocidos en la calle. Siento nostalgia del café en la oficina, todos alrededor de la mesa conversando de lo sublime y lo ridículo.

Tengo melancolía de la cena de fin de año, recordar a toda la familia riendo, alzando la voz a más decibeles de lo permitido. Unos preparando buñuelos, otros con el cerdo al carbón, ese contacto tan necesario, el cual nos permitía recargarnos de buenas vibras, estar con nuestra tribu.

Extraño lo libre y felices que éramos sin saberlo. No pudimos ni sospechar como el 2020 y un pequeño virus nos cambiaría la forma de relacionarnos con los otros y toda nuestra existencia.